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La garza y la grulla

Publicado: 17 de Diciembre 2018
Todas las edades
Foto: Naran Xadul
Foto: Naran Xadul

Cuentan que una garza macho y una grulla hembra vivían en la misma marisma, pero en extremos opuestos, por lo cual podían verse volar en la lejanía aunque nunca habían mantenido una conversación.

La garza macho estaba cansada de su soledad y de la monotonía de su vida. Un buen día, se le ocurrió que quizá no fuera mala idea proponerle matrimonio a la grulla. Así, podrían vivir en compañía uno de la otra, compartiendo sus experiencias y siendo mucho más felices. A la mañana siguiente, muy temprano, la garza macho acicaló sus plumas una por una y sobrevoló la marisma hasta la casa de la grulla.

Al llegar, picoteó en la puerta y preguntó: --¡Es ésta la casa de la grulla? –Sí, ¿quién me busca? –soy la garza que vive al otro lado de la marisma. La grulla abrió la puerta y la invitó a pasar. Después de unos saludos muy corteses, la garza se decidió a confesar el cometido de su visita: --Quiero pedirte que te case conmigo. Juntos viviremos felices.

La propuesta pilló totalmente desprevenida a la grulla, pues nunca se le había pasado tal cosa por la imaginación. --¡Pero, yo no quiero casarme contigo! –contestó--. Tienes las patas muy flacas, el traje corto y el pico muy delgado; vuelas mal y, además… ¿cómo piensas alimentarme? Será mejor que vuelvas a tu lugar. ¡Vete, vete, largo, patilargo! Y la garza se marchó un tanto abochornada por tan inesperada respuesta.

Pasado un tiempo, la grulla hembra se sintió sola y pensó en la propuesta de la garza. A pesar de lo sucedido, decidió visitarla. Emprendió el vuelo sobre la marisma y , al llegar ante su puerta, picoteándola, preguntó: --¿Hay alguien? Soy la grulla. La garza, que no se esperaba esta visita, contestó: --¡Espera, que ya salgo! Se saludaron amablemente y la grulla confesó: --He estado meditando sobre lo que dijiste y he decidido que sí quiero casarme contigo. Es mejor para los dos vivir juntos que estar solos. Pero, para la garza las cosas habían cambiado. Con cierto orgullo en su voz, le respondió: --No, grulla, ahora es tarde; yo ya no quiero casarme contigo, así que mejor vete… La grulla rompió a llorar. Sobrevolando la marisma al atardecer, regresó a su casa.

Pero, la visita de la grulla hizo reflexionar a la garza. Pasado un tiempo, la garza pensó que había hecho mal en rechazar a la grulla sin más ni más y, decidió ir a visitarla de nuevo para proponerle matrimonio. Sin pensárselo dos veces, alzó el vuelo y se encaminó hacia la casa de la grulla. La encontró buscando qué comer. –Lo he pensado mejor y quiero casarme contigo –dijo la garza macho sin más preámbulos--. Por favor, acepta. –Ya no te quiero de marido –respondió la grulla, mientras seguía mirando fijamente al suelo buscando gusanos y semillas.

La garza regresó a su casa muy desconsolada. La grulla, por su parte, con el estómago lleno, meditó sobre las palabras que había oído y se arrepintió de su contestación. --¿Qué tiene de bueno vivir sola? Mejor sería casarme con la garza. Será una buena compañía y juntos pasaremos ratos muy felices. Con tales ideas en la cabeza, se dirigió a la casa de la garza, pero ésta la rechazó.

Desde entonces, la grulla y la garza vienen y van de una punta a otra de la marisma. En los atardeceres se sienten solas y añoran la compañía, pero no se deciden a casarse.

 

Por: Silvia Dubovoy

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