Publicidad

Aprendí a cocinar porque me convertí en papá

Publicado: 16 de Enero 2020
Vida de papá
Foto: IG @fifo.dad
Foto: IG @fifo.dad

Quesadillas. Tortas. Huevos con jamón. Sándwiches. Hot dogs. Sopas instantáneas. Bisteces fritos. Atún a la mexicana. Hasta hace unos años, ese era el menú completo que yo podía ofrece. Cuando tenía hambre, me preparaba algo de eso y quedaba satisfecho. Si se me antojaba otra cosa, iba a comer a una fonda o restaurante, y problema resuelto.

 

 

Hoy el menú es mucho más amplio, y cada mes crece un poco más. Va desde arroz rojo, chilaquiles y espagueti a la bolognesa, hasta pollo con mole y pescado empapelado. Nada demasiado difícil o extravagante.

 

 

La razón para ese cambio: debo alimentar a mis hijos de manera sana y que les guste.

 

 

Hago énfasis en “que les guste”, porque no quiero que relacionen “comida nutritiva” con “comida que sabe feo”. No quiero que se abstengan de probar nuevos platillos, que teman conocer otros sabores. 

 

 

Los quiero motivar a ser curiosos hasta en la mesa, y que ellos mismos descubran, poco a poco, cuáles sabores les fascinan más que otros. Que sepan que en el mundo hay cosas deliciosas más allá de hamburguesas, pizza y tacos.

 

 

Aprender a cocinar para otras personas ha implicado someterme a su juicio, por inocente que sea, y aceptar la crítica, aunque sea de unos niños. Entender que un “no me gustó” o “esto sabe feo” no es malintencionado, y que la peor respuesta que yo podría dar a ese comentario, es un “pues ni modo, te lo comes porque no hay otra cosa” (o como decían nuestros padres, “aquí no es restaurante”).

 

 

Claro, tampoco cumplo caprichos, pero sí acepto sugerencias. Hablar con mis hijos sobre qué vamos a comer en la semana, me ayuda a identificar sus gustos. A hacerles saber que su opinión es valiosa. Incluso me ayuda a identificar su humor. Y al mismo tiempo, los integro a la experiencia de cocinar.

 

 

De manera intencional, dejo la puerta de la cocina abierta. Me ven cocinando, mientras hacen su tarea o miran caricaturas. De repente el ruido de la cocina y sobre todo, el aroma, llega hasta ellos. Se ponen de pie y entran a la cocina. “¿Qué estás cocinando?” Picadillo. ¿Quieres ver? Sí, sí quieren ver. Con el debido cuidado, les enseño ingredientes o lo que está en la estufa. “¿Me quieres ayudar?”. Sí, casi siempre me quieren ayudar. Abren una lata, me pasan un utensilio o tiran la basura.

 

 

Con eso se familiarizan con la cocina. Sienten curiosidad por lo que ocurre ahí. Le pierden el miedo. Descubren que cocinar es divertido. Para que algún día ellos cocinen, y no se encuentren en la situación que yo estaba antes de convertirme en papá.

 

 

 

 

Por Daniel Flores Cuevas para Naran Xadul.

Publicidad
Publicidad
Publicidad