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Las lecciones de vida que me dio ver Frozen por veinteava vez

Publicado: 13 de Febrero 2018
Vida de mamá
Foto: IG @mamakish
Foto: IG @mamakish

La montaña de Elsa. 

 

Un poco tarde, la verdad, vi por primera vez la película Frozen. A pesar de que soy una treintona de los tiempos de Mickey Mouse, quedé encantada con la esplendorosa escena donde Elsa canta la famosa “Libre soy”. Había escuchado mil veces esa canción y nunca la había entendido del todo, pero ya en contexto, admito que ha tocado mi corazón —y lo hace cada vez que la repiten en Disney Channel—.

 

Analicemos:

 

1. "La nieve pinta la montaña hoy, no hay huellas que seguir…"

 

¿Se imaginan que, por 5 minutos, podamos desaparecer sin dejar rastro? Lo que se traduciría en no llamadas, no mensajes, no whasapps pidiendo donas, Cajitas Felices o los plumones de 24 colores para la tarea del colegio

 

Imaginar es gratis, soñar también.

 

2. "Lo que hay en ti no dejes ver, buena chica siempre debes ser, no has de abrir tu corazón..."

 

¿Cuántas veces tenemos ganas de no ser "buenas chicas"? De abrir nuestro corazón y decirle a nuestros hijos: “Mira, chiquito, hoy esta mujer que ves acá no está para hornear cupcakes ni llevarte al baño. Ni para buscar el vestido de Barbie que dejaste tirado por ahí, ni para hacerte el plato nutricional perfecto, y menos para aguantar estoicamente tus berrinches.

 

No, hijito, hoy no.

 

Hoy ve cómo haces para entretenerte, yo me voy a dormir porque estoy muy cansada. Más bien, ve con papá a comprarme una Coca Cola Zero, más tarde la necesitaré para ir a la peluquería a pintarme las canas que me provocas. Adiós, bye, bye”.

 

Pero se desataría una tormenta más grande que la de Arendelle, así que nos callamos y asumimos que buenas chicas siempre debemos ser… porque es lo mejor para todos. 

 

3. "El frío es parte también de mí."

 

No sé cómo seas tú, pero yo —aunque a veces soy la payasa del circo del pueblo— tengo una tendencia a la frialdad. Rara vez uso el vocativo “reinita” y no me gustan mucho los apapachos dulzones ni las cogidas de manos para preguntarme “hiiiija, qué bellos tus bebés, qué regia estás, qué ha sido de tu vida, te sigo por Facebook, saludos a tu mamá, a tu papá, a tus hermanos, a tus primos, cuñados (…)” y un largo etcétera.

 

Con mis hijos se me resbala el apachurramiento, pero confieso que muchas veces me emociono de manera un poco fingida con lo que emociona a mi hija porque, la verdad, no me importa si Barbie está de camping con Chelsea o si Pinypon salvó a su gatito. 

 

4. "Y los miedos que me ataban muy lejos los dejé…"

 

¡Ufff! Últimamente, sufro de un insomnio antológico porque no sé si lo estoy haciendo bien con mi hija mayor —entre otros motivos—. Todos opinan y me hacen dudar, y la duda me hace pintar mandalas de madrugada. Vivir sin miedo a hacer infeliz a mis hijos sería como ganarme 10 loterías juntas… o más.

 

5. "Libre soy, libre soy, no me verán llorar."

 

¿Cómo decirle “basta” a los llantos por la niña contestona, el peque que no quiere comer verduras o el que pega a sus amiguitos simplemente porque es su forma de jugar? ¡Cómo!

 

Bueno, pagaría por esto pero en realidad sólo un ratito. Con sus gritos, rabietas y demás hierbas venenosas, los hijos son lo máximo, lo que —después de Dios— nos llena el corazón. 

 

Elsa, please, préstame tu vestido de hielo… pero luego me pasas el de reina, porque vivir en una montaña teniendo a dos querubines traviesos a mi lado, no está en mis planes por ahora. 

 

 

Por Majo para Naran Xadul 

Majo Salazar es comunicadora de profesión, esposa por vocación y mamá -hasta el momento- de una niña de 3 y un bebé de casi un año. Vive su maternidad intensamente, por lo cual la comparte a modo de catarsis en su blog Mamá Majo. Durante el día, trabaja en marketing de contenidos; durante la noche y fines de semana, contiene las marcas que dejan sus hijos en las paredes y, de paso, busca que sean muy felices.

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