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Por qué el león no come fruta

Publicado: 30 de Noviembre 2018
Todas las edades
Foto: Naran Xadul
Foto: Naran Xadul

Un chacal hambriento paseaba por la Sabana en busca de alguna presa, pero no encontró aquel día nada con lo que saciar su hambre.

Vio que al pie del árbol del thaa que había unos frutos y, a falta de algo mejor para comer, se sentó a probarlos a la sombra del árbol. Su sorpresa fue grande cuando descubrió que los frutos eran realmente muy sabrosos. De pronto, vio que se acercaba al lugar un león.

Al escuchar los furiosos rugidos del león, pensó que debía estar muy hambriento, pues tampoco habría encontrado ningún animal en la sabana para devorarlo. “Si me descubre comiendo esta deliciosa fruta”, dijo el chacal par sí mismo, “se apoderará de los árboles del thaa. Su apetito es feroz y, como es el rey de los animales, se siente con el derecho de robarle la comida a quien quiera”.

Mientras decidía qué hacer, pasó junto a él el león y vio cómo disfrutaba de los jugosos frutos. El chacal comió uno y otro con avidez, y después cayó al suelo, retorciéndose y gimiendo. “Quizá los frutos de este árbol sean venenosos…”, pensó el león.  Al ver el chacal que el león se alejaba, se levantó sano y salvo y se apresuró a buscar un esqueleto de chacal. Lo colocó bajo el árbol del thaa y, muy contento y saciado, regresó a su casa.

Semanas después, el león pasó de nuevo por allí. De nuevo, estaban los jugosos, dulces y maduros frutos al alcance de sus garras y se le hizo la boca agua. Se acercó a tomar uno, pero descubrió en el suelo los huesos del chacal y recordó cómo se retorcía y gemía el pobre animal al que había visto comer los frutos con tanta ansia.

-Tuve suerte al contemplar al chacal antes de morir. Esto me confirma que los frutos son venenosos. Será mejor que siga con mi dieta habitual, y evitaré desgracias mayores. Ese día el león decidió que nunca probaría la fruta del thaa, aunque tuviera mucha hambre. En cambio, el chacal y otros animales pequeños se apoderaron de ese delicioso fruto y lo comen hasta hartarse, sin tener que compartirlo con el insaciable león.

 

Por: Silvia Dubovoy

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