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El Lago Wakatipu

Publicado: 2 de Enero 2019
Todas las edades
Foto: Naran Xadul
Foto: Naran Xadul

La princesa Manata, de largo pelo rizado y enormes ojos negros, estaba enamorada del joven Matakauri. Pero, este amor no tenía la aprobación de su padre el rey.

--Yo decidiré quién será tu esposo –decía el rey cuando oía los suspiros de enamorada de su hija. Cierta mañana, la princesa desapareció y todos salieron a buscarla. Matakauri encontró una gigantesca huella de un pie en el lodo. --¡El gigante Matau la ha raptado! –gritó. Desconsolado, el rey reunió a sus súbditos en la gran plaza y habló así: --Deseo más que nada en el mundo que mi hija vuelva a casa. Aquél que me la devuelva podrá casarse con ella.

Muchos jóvenes admiraban la belleza y la bondad de la princesa, pero ninguno de ellos quiso arriesgarse a tener un enfrentamiento con Matau, cuya fama era terrible. Sólo Matakauri se atrevió a salir en busca de su amada y se encaminó a las montañas donde vivía el gigante. El corazón y los pies del joven volaban. Sabía que en cualquier momento podría aparecer Matau. De pronto, encontró a Manata atada a un árbol lleno de espinas, herida y apesadumbrada por su desgracia. Matakauri corrió a rescatarla.

--¡Manata, alégrate! ¡Soy Matakauri y he venido a llevarte a casa! --¡No podrás y pondrás en peligro tu vida inútilmente! Vete de inmediato; si el viento del noroeste empieza a soplar, Matau despertará y te matará. Matakauri intentó cortar con su hacha las ataduras de la joven, pero no lo consiguió. Dejó caer con fuerza el hacha una y otra vez, pero ésta rebotó y rebotó. Entonces, los ojos de Manata se llenaron de lágrimas. --¡Vete! ¡Huye antes de que Matau despierte! Las lágrimas rebosaron de sus ojos y, al mojar las ataduras, deshicieron los nudos irrompibles.

El joven le ayudó a liberar también su cuerpo de entre las espinas y los dos corrieron al río. En una canoa, navegaron corriente abajo, hasta llegar al palacio real. Nunca la felicidad del padre fue tan grande. –Matakauri, puedes tomar a mi hija como esposa –dijo satisfecho el rey--. Sin duda, eres el más valiente de los guerreros. La pareja estaba dichosa con la noticia, pero el joven todavía tenía un pesar. No podría descansar hasta que el peligro del gigante acabara y dejara de atemorizar el reino. Así que, Matakauri salió del pueblo, se encaminó por los valles hasta las montañas, vio el árbol de espinas y, cerca de allí, encontró al terrible gigante dormido.

Era tan inmenso, que su cabeza descansaba sobre una montaña y sus pies sobre otra. Matakauri reunió durante tres días pasto, ramas y hojas secas; cuando el viento del noroeste sopló y el gigante aún dormía, encendió fuego y el viento creó una gran hoguera.

Matau fue consumido por las llamas y en el lugar donde había estado dormido sólo quedó un gran hueco que hizo su cuerpo. Cuando llueve, el hueco se llena hasta los bordes, y así ha surgido un lago. Bajo la superficie, aún late el corazón del gigante. Por eso, las aguas del lago Wakatipu suben y bajan constantemente y las gentes de Nueva Zelanda recuerdan hasta hoy, a Matakauri, cuyo amor fue tan grande que derrotó a un gigante.

 

Por: Silvia Dubovoy

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