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Por qué saqué a mi toddler de mi cuarto aunque me encanta el colecho

Publicado: 26 de Diciembre 2019
Toddler
Foto: IG @sheridaningalls
Foto: IG @sheridaningalls

Tengo la suerte de haberme casado con el amor de mi vida. Pero hace 10 años, con el nacimiento de mi primera hija, resultó que el amor de mi vida poco a poco se fue transformando en mi socio.

Dentro de lo que cabe, nuestra sociedad funcionaba muy bien: teníamos bien divididas las funciones de la casa y de la crianza: yo reconociendo su necesidad de tener tiempos a solas, y él, mi feroz independencia de avisar más que acordar mis cursos y salidas con amigas.

El estilo de crianza tampoco trajo muchos problemas pues si bien mi esposo no ha tomado uno solo de mis cursos, es naturalmente paciente y empático (aunque algo le saca mi hija mediana que muchas veces acaban ambos enojados).

Con nuestra primera hija y la depresión posparto que la acompañó, fue realmente un apoyo sólido; yendo a la farmacia en la madrugada por fórmula mientras mi bebé en un pico de crecimiento lloraba sin parar y consolándome cuando a su regreso la que lloraba era yo porque no era capaz de alimentar a mi propia hija. Con la misma tranquilidad le dio la bienvenida a una y luego a dos nenas a nuestra cama y a ajustar sus horarios de tocar el chelo a minutos robados entre el baño y la cena. 

Nuestras pláticas apasionadas ya no eran de libros y películas sino de pañales y amiguitos que no invitaban a jugar. 

La tercera hija selló nuestra sociedad: podíamos pelear en silencio con los ojos, dividirnos funciones en vacaciones sin discutir a quién le tocaba tiempo libre (quizá porque era evidente que la respuesta era: a nadie) y sonreírnos sobre la cabeza de nuestra nueva bebé cuando reía a carcajadas. 

No diría que la lactancia, el posparto y el Colecho nos distanciaron, más bien cambiaron nuestras prioridades. Afortunadamente nuestro origen de familias similares ayudó no solo a que entendiera sino inclusive a que compartiera la devoción hacia nuestras hijas. 

No sé si esta historia hubiera tenido un final al estilo cuento de hadas pero sí un final tranquilo, de dos personas que comparten un espacio, valores, prioridades y a las que no les gusta nadita el conflicto. Nos imaginaba sentados en la sala en un par de décadas leyendo cada quien en su sillón y comentando de vez en cuando sobre la vida de nuestras hijas, tranquilos y en paz.

Pero también imaginaba mi resignación de no haber vuelto a sentir una gran pasión y de la pared invisible que hubiera existido entre nosotros comunicada por la rutina y las aventuras de nuestros tres proyectos en conjunto. 

Pero hace unos meses, la muerte de mi hermana menor me hizo dejar de tomar por sentado cualquier cosa. De pronto, miré a mi esposo y vi a mi roca, a los brazos sobre los que lloré y lloré, que cuidaron mi casa y mis hijas mientras yo desaparecía en el mundo de la enfermedad y vi un amor enorme.

Pero también me di cuenta que toda la conciencia, el trabajo y la entrega que le había puesto a mi maternidad no se las había puesto a mi matrimonio, era una mamá consciente pero una esposa en automático. Un par de novelas románticas para olvidar mi realidad en ocasiones dolorosas fue el empujón final para buscar reescribir mi propia historia de amor. 

Dejé a un lado la rutina y volteé a ver a ese hombre que había escogido como el papá de mis hijas y que ahora día con día escogía como mi compañero de vida, mi gran historia de amor. 

El cambio no ha sido en automático, inicialmente mis besos y abrazos fueron recibidos con algo de confusión e inclusive mi decisión de mandar a la pequeña toddler a su cama no fue tan aplaudida (por cierto inicia la noche en mi cuarto y después la muevo al suyo cuando ya me voy a dormir porque no me gusta que se despierte llorando buscándome, lo cual a veces sigue sucediendo).

Han habido varias pláticas un tanto incómodas sobre cosas que había yo dejado sin decir sobre aquellas cosas que yo necesitaba de él, buscando evitar el conflicto, así como las cosas en las que él sentía que yo estaba fallando. 

Pero hoy trato todos los días de extenderle a mi esposo la misma relación consciente, respetuosa y positiva que a mis hijas. Trato de escuchar con atención cuando me platica, de ofrecer empatía cuando tiene días difíciles, de darle amor como él lo necesita, de auto regularme antes de discutir. Pero a diferencia de mis hijas, parto de la idea de que ésta es una relación de adultos y he buscado pedirle lo mismo de vuelta. 

No es una relación perfecta en definitiva (sigo ofendiéndome de que prefiere a sus libros que a mí) pero sí una relación consciente; hoy escojo ser esposa de este hombre.

 

 

Por Karen Zaltzman para Naran Xadul

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